LA ALBUFERA DE ANNA
En los montes inmediatos a la esplendida laguna Valenciana cazaba un día el conde de Cervellon, señor territorial de Anna, acompañado de otros caballeros. El tiempo era agradable y la animación de la caza contribuía a que los reunidos se encontrasen satisfechos en aquellos andurriales.
De repente, el Conde lanzo una exclamación de contento acababa de herir a un ave que parecía un ermoso ejemplar. Abandono el grupo y corrió tras ella hasta bajar la pendiente del monte y llegar al valle. Su criado pudo seguirle, aunque con cierta dificultad, y llegar jadeante hasta el. Pero he aquí que el Conde, cuando iba a conseguir su presa, se sintió atraído por la visión insospechada de una cueva que llamo su atención; antes tapiada, por las recientes y torrenciales lluvias cuyas huellas aun corrían por el valle. Curioso el Conde penetro en la gruta seguido por su criado ¡ cual no seria la sorpresa de los dos cuando descubrieron a pocos pasos un manantial artificial, perfectamente construido, junto a un gran recipiente distribuidor de , con potillos, algunos de ellos cubiertos por compuertas de cristal
Comprendió el Conde que aquella obra antiquísima y perfecta era nada menos que el artificial nacimiento de las aguas de Anna, y aquellas compuertas daban paso al rio subterráneo que desembocaba en las fuentes de la Albufera y en otros manantiales tenidos por naturales entre los habitantes de aquellos contornos.
Cuenta la leyenda que tan compleja construcción fue fabricada en tiempos de los moros, o quizás en épocas anteriores y que algunas de las compuertas que encontró el Conde cerradas serian otros tantos conductos de agua destinados a terrenos asimismos favorecidos en la antigüedad.
Las guerras y los continuos desastres políticos de entonces pudieron dar al olvido esta obra que continuo siglos y siglos con las compuertas en igual disposición y que, con los años, fue ocultándose a los ojos de los escasos moradores de aquel monte que acabaron por ignorarla.
Solo de manera casual y después de muchos siglos la descubrió el Conde de Cervellon. Pero comprendiendo que no podía dar publicidad al hallazgo, ya que en este caso serian inevitables las reclamaciones, decidió guardar el secreto, deseoso de proteger su señorío.
Una vez repuesto de su estupor, ordeno a su criado que le acarrease piedras en abundancia, y con arena y un poco de agua tapo lo mejor que pudo la entrada de la gruta. Después trasplanto algunos matorrales sobre la húmeda construcción y quedo el terreno liso y llano y tan perfectamente oculto, que nadie ha podido tan siquiera sospechar el lugar aproximado de su emplazamiento